La depresión infantil, aun cuando algunos especialistas consideran que existe un sobrediagnóstico, tiene una prevalencia más importante de lo que a priori cabría pensar. Los estudios más recientes señalan que 0,3-1,4% de los niños en edad preescolar padecen depresión mayor, al igual que un 1,2% de los que no han alcanzado la pubertad y un 3-8% de los adolescentes, sin que haya diferencia entre ambos sexos. A estas cifras habría que sumar las derivadas de los grados leves de depresión como es el caso de la denominada distimia.
Con todo, estos datos de prevalencia de la depresión infantil pueden variar en función de los criterios diagnósticos que se utilicen. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que algunos expertos consideran que muchos casos en los que se diagnostica una depresión leve podría tratarse, más que de esta patología, de una reacción normal ante situaciones o acontecimientos que pueden causar la infelicidad del niño.
En cualquier caso, siempre es importante saber identificar los síntomas que pueden determinar la existencia de un cuadro de depresión infantil. Síntomas o manifestaciones emocionales que varían con la edad y que en algunos casos son diferentes a los que se pueden presentar en la persona adulta:
-Lactante: pueden darse manifestaciones anómalas, especialmente en su relación con la madre, como reaccionar con el llanto cuando ésta lo coge en brazos, estado de letargia, inhibición, no sonreír ni reír y un llanto continuado que no responde a ningún tipo de consuelo. Pero algunas dificultades relacionadas con la alimentación, como regurgitación, cólicos o vómitos, también pueden expresar un estado de tristeza del niño.
-Edad Preescolar: los síntomas, en este caso, son conductuales: rabietas, actitudes desafiantes, rotura de objetos en episodios furiosos o desobedeciendo sistemáticamente a los padres. Asimismo, las alteraciones del sueño o la enuresis y la encopresis (problemas en el control de esfínteres) pueden ser síntomas físicos de la existencia de un proceso depresivo.
-Edad escolar o prepúberes: poco a poco la sintomatología se acerca más a la del adulto: problemas de rendimiento escolar, aislamiento, falta de autoestima, tristeza, pérdida de interés por el juego y los amigos, rechazo al colegio, etc. Desde una perspectiva fisiológica, cabe decir que existe un mayor grado de somatización con la aparición de dolores de cabeza o de tripa, que el niño muchas veces utiliza como argumento, por ejemplo, para no querer ir al colegio o no hacer alguna cosa que se le pide. También las alteraciones del sueño y los cambios en la alimentación y el peso pueden estar presentes. En torno a los 8 años de edad, además, pueden empezar a producirse ideas de suicidio.
-Adolescencia: en esta etapa de la vida los síntomas son ya muy similares a los que se dan en el adulto, destacando especialmente las conductas disociales y las actitudes negativas, como la falta de autoestima. Todo ello se manifiesta en el consumo de alcohol y drogas, reacciones de impulsividad, hipersensibilidad en sus relaciones con los adultos, irritabilidad, cambios de humor, conducta agresiva, intentos de suicidio no planificados, fugas del domicilio familiar, comportamientos antisociales, etc.
El problema es que muchos de estos síntomas pueden considerarse como inespecíficos y es lo que, a juicio de algunos expertos, puede llevar al sobrediagnóstico de la depresión infantil. Para evitarlo, habrá que indagar sobre la existencia de posibles factores psicosociales y familiares (antecedentes de depresión en los padres, ambiente familiar, relaciones conflictivas entre los padres, etc.) que puedan inducir la sospecha de que estas alteraciones del comportamiento o la conducta puedan ser indicativos de un cuadro depresivo.
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