Una de las importantes técnicas de salud y belleza es la Hidroterapia. Esta se subdivide en interna y externa. En este tema trataremos de la aplicación externa de este fascinante tratamiento.
El agua, al ser un líquido, puede realizar una amplia gama de movimientos y ejercer diferentes presiones; esta propiedad adaptativa del agua es utilizada en la hidroterapia en forma de chorro o mediante atomizadores, controlando su presión. Igual ocurre con la temperatura; según sea la necesidad, puede ser utilizada fría, caliente, alternando agua caliente y fría o, simplemente, a temperatura ambiente.
Un fundamento primordial de la hidroterapia es la acción y la reacción; cuando se aplica calor sobre la piel, la sangre llega rápidamente a la superficie por vasodilatación de las arterias, permitiendo que se abran los poros y se eliminen los desechos de las glándulas sudoríparas, a la vez que permite que absorba cualquier mezcla con agua, para calmar o aliviar ciertas dolencias que van desde la mala circulación hasta la fatiga muscular. Si se aplica frío, ocurre una contracción rápida de los vasos sanguíneos de la superficie de la piel, pero en un nivel más profundo ocurre una vasodilatación, lo que hace que sea un excelente tónico y revitalizador de efectos duraderos.
Es aconsejable, en los casos de terapias con baños fríos, no aplicarlos con mucha frecuencia en niños menores de 7 años, en personas de edad avanzada y en aquellos que padezcan anemia o problemas cardíacos. El uso alterno de agua caliente y fría tiene por finalidad eliminar productos de desecho, al mismo tiempo que excelente para estimular la circulación sanguínea.
Cuando la temperatura del agua no excede a la normal del cuerpo (37°C aproximadamente), se consigue un equilibrio en las funciones corporales a nivel de la piel y tejidos más profundos; por ejemplo, en los casos de quemaduras solares, es recomendable no tomar baños en los que el agua exceda la temperatura corporal.
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