La homeopatía fue ideada a finales del siglo XVIII por el galeno alemán Samuel Hahnemann bajo la premisa que lo similar se cura con lo similar o, dicho de otro modo, que una sustancia capaz de producir una serie de síntomas en una persona sana es también capaz de curar síntomas semejantes en una persona enferma, administrando esa sustancia en dosis mínimas. La homeopatía clásica, de hecho, se define habitualmente como el sistema médico basado en el uso de cantidades inifinitesimales de sustancias que en grandes dosis producirían síntomas parecidos a los de la enfermedad que está siendo tratada.
La homeopatía es aceptada en algunos países como complemento de la atención médica moderna, y frecuentemente al lado de otras prácticas de sanación. En Francia incluso está incluida en las prestaciones de la sanidad pública. En España, al igual que en el resto de países de la Unión Europea, los medicamentos homeopáticos están regulados por la Ley del Medicamento, son prescritos por médicos y dispensados por farmacéuticos.
La homeopatía se utiliza en el tratamiento de enfermedades agudas y crónicas. En una enfermedad aguda como por ejemplo una gripe, o una gastroenteritis, el homeópata elige el medicamento homeopático teniendo en cuenta los signos y síntomas que el paciente experimenta desde el comienzo de su enfermedad. En caso de enfermedades crónicas, como el asma o la artritis reumatoide, además de los síntomas clínicos de la enfermedad, para la elección del tratamiento más adecuado para cada paciente se tienen cuenta otros aspectos como constitución, forma de ser, carácter, actitud ante la vida, etc. El tratamiento homeopático hace que los episodios repetitivos de esa enfermedad crónica se vayan espaciando hasta desaparecer.
No obstante, existe una clara polémica entre defensores y detractores sobre la eficacia de la homeopatía, no encontrándose hasta la fecha ensayos clínicos controlados que hayan demostrado científicamente su eficacia.
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